EL JARRÓN DE YESO
El día de su cumpleaños
rompió un jarrón Caramelo
y su mamá, enfurecida,
lo hizo dormir bajo un cedro,
sin espantarle las pulgas
ni susurrarle «te quiero»
con el hocico pegado
a su cabeza, en silencio.
Esa noche la tristeza
enterró todos los huesos
en un búcaro perdido
bajo la yerba del huerto,
y ni cuando fue la luna
a coquetearle al almendro,
quiso levantar la vista
para que rodara el cielo.
¿Por qué la palabra culpa
vive y retoza en el viento,
vigilando a la alegría
para causarle tropiezos?
Nadie sabe cuánto puede
la aspereza de un recuerdo
torcer los hilos que impulsan
las marionetas del sueño.
Quizás todos olvidaron
el bullicio, los fragmentos
del jarrón, las flores blancas
como barquitos de yeso,
pero si un traspié revive
la opaca fiesta de nuevo,
algo que se quiebra siempre
late en los ojos del perro.
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